La Economía como es entendida hoy en día es tal debido a la adopción sistemática por la mayoría de los países del mundo del Capitalismo. La exploración de nuevas rutas marítimas e industrialización ocurrida desde el siglo XIX hasta el XVII; y más adelante aún, la adopción de una economía liberal a escala planetaria durante la segunda mitad del siglo XX dieron forma a lo que hoy es, de alguna manera u otra, la civilización humana. Los gobiernos, como producto de la economía de mercado, cargan con una tendencia cada vez mayor a subyugarse ante el poder económico y aquellos que lo esgrimen.
            Karl Marx, en sus obras, trata cómo el funcionar del mundo que yacía frente a sus ojos llevaría a la mayoría de la población a depender de una minoría rica y administradora. El trabajo, de condiciones inhumanas en la época de Marx, llevaría a el sector proletariado (esto es, la clase que vende su fuerza de trabajo debido a la falta de medios de producción per se)  a un estado psicológico denominado Alienación. Este concepto pasó a ser estandarte en la sociología y psicología marxista. La Teoría de la Alienación Marxista postula que, como producto de la relación empleado-empleador y la mecánica de trabajo el empleado sería despojado de su identidad para convertirse en una cantidad de fuerza de trabajo. La burocracia y el papeleo dejarían su personalidad reducida a una serie de dígitos y archivos que mermarían en su capacidad individual de diferenciación del resto. Este proceso, advertía Marx, terminaría con una clase baja dócil y maleable, de escasa educación y falta completa de voluntad.
Esta visión psicológica y sociológica del porvenir del uso de la fuerza de trabajo de las clases más bajas por el capitalismo sería uno de los temas principales adoptados por la literatura en el siglo XX, específicamente por la ciencia ficción. Es inevitable advertir, en novelas como Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953) y 1984 (George Orwell, 1949) la constante presencia de ciudades donde los habitantes carecen de distinciones los unos con los otros y la presencia de una especie de héroe que se realiza de la situación.

            Tanto Marx como Orwell y Bradbury enfatizan la aislación, pero con diferentes enfoques. En las novelas, el fenómeno se traslada a las clases medias y medias-altas siendo el entorno de la fábrica y el campesino transformado para abrazar tanto al empleado industrial como al oficinista.

La metodología sería aplicada por un gobierno totalitario, poseedor de los medios de producción y por tanto empleador de casi la totalidad de la población. Mediante el uso de tecnologías mantendrían a los habitantes de toda la nación en un estado de sopor mental que los ahogaría de cualquier intento de revolución o descontrol. Mucha de la alienación en Fahrenheit 451 puede mudarse al día de hoy con aquellos que pasan la mayor parte del día mirando televisión, enfocándose en actividades desprovistas de gregarismo o compromiso de algún tipo. Aún cuando en ellas se comparte el horario de trabajo y el espacio público con otros seres humanos, las sociedades distópicas descriptas por ambos novelistas se apegan a la falsa comunicación que dan los aparatos como el televisor y la radio.

            En un mundo donde la tecnología aumenta a un ritmo tan alto, libros como 1984 y Fahrenheit 451 adquieren una relevancia especial. Mucho de lo que se presagia en Fahrenheit 451 se ha convertido en un hecho en la sociedad moderna. El aspecto más importante (destacado en ambas novelas) se halla en la lectura y literatura en sí. En ellos reside la habilidad de otorgar a un pueblo la capacidad de evitar que un gobierno se vuelva demasiado peligroso y no dejar que la gente se aleje de ser verdaderamente entidades sociales, dos problemas que acechan hoy en día.
            Los autores veían en las utopías una trampa para un público vulnerable, que una vez bajo un sistema de gobierno totalitario, permitirían el perpetuo reinado de sus políticas como producto de la poderosa propaganda política y la alienación inducida. La popularidad inagotable de ambos libros, sin embargo, desvanece la posibilidad de que tal mundo pueda existir. El trance de la gente no está pronto a cambiar, y su ignorancia continuará a pesar de la fuerza y frecuencia de estos tonos de advertencia.

Bratislava, capital de Eslovaquia. Escindido de Checoslovaquia, bajo un régimen comunista durante parte del siglo XX.

Georgia, la misma onda.

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