Viajes

jueves, 21 de enero de 2010 a la/s 4:57 p. m.


Dejé la ciudad donde me crié por aproximadamente 1 mes y medio, habiendo visitado en ese tiempo Ushuaia y Villa Gesell. Fueron dos escapadas radicalmente distintas la una de la otra, ya sea por los compañeros que tuve o por la locación. Estoy convencido que los cambios siempre son buenos, y pude evidenciar en esta gira que, tanto entre Gesell y Ushuaia como en el hecho de irme de mi casa tanto tiempo, el dejar la rutina permite un cambio de perspectiva difícil de lograr en circunstancias normales.
De todas formas nada de todo eso fue aleatorio. De hecho, como ya sabrán, irse lejos requiere una programación previa que termina desgastándonos el doble de lo que ya estábamos... haciendo muy complicado el hecho de que realmente "recargemos las pilas" en las vacaciones. Está entonces, en nosotros, configurar las vacaciones de manera que queden espacios en blanco y agujeros en la programación que sirvan de espacio para el libre albedrío.
Quisiera decir que esto último me sucedió, pero la verdad que una vez pasado el momento no se puede discernir entre lo que fue producto del instante o aquello que fue deseado desde hace un tiempo.

Mi filosofía se conforma de varias premisas. Algunas se contradicen entre si, pero me permiten justificar mi accionar en ciertas situaciones. Una de estas premisas es vive cada momento como si este fuera el último. Creo que todos deseamos vivir así. Quise darle a mis vacaciones en la costa la posibilidad de permitir vivir así.
Y funcionó, hasta cierto punto. Podemos sacarnos esa cosa que queríamos decir en una noche, y volver a la cama con una sonrisa triunfante, mas pasadas las horas nos vamos a dar cuenta que siempre, siempre, queda algo por decir. No me refiero, obviamente, a decirlo todo, hace falta un tipo de genialidad que pocos poseen para tal liberación, pero no hay nada peor que los intermedios, y las palabras que uno se da cuenta que no ha dicho se transforman en un veneno terrible que pudre nuestro autoestima, y estemos en Gesell, Nueva York o Berisso desearíamos hundirnos metros bajo tierra.
Pero el tiempo pasa... pasa y rápido. Cualquier cosa que no se haya dicho probablemente sea olvidada o considerada poco importante en un futuro. Es por eso que hay que sonreir y hacer reir. En última instancia, las vivencias se aceleran así, se disfrutan y pasan de largo como los carteles de la ruta. Esa, creo yo, es la mejor manera de vivir cada momento.


Ponete objetivo: El remordimiento.
EJ: Mr. Idiota maneja su Toyota por la autopista. Se encuentra muy divertido cantando al compás de su equipo de sonido. Lo disfruta. Por casualidad se da cuenta que su coche tiene poco combustible. Casi al mismo tiempo, mira por el espejo y ve que acababa de pasar una YPF, y que esta se hacía pequeña en su retrovisor. Si nosotros nos creemos astutos/inteligentes/dignos, y fueramos Mr. Idiota (obviar el significado de su apellido, por favor), ¿Pasaríamos los 30km que restan hasta la siguiente estación de servicio lamentándonos por no haber cargado nafta en la última o seguiríamos cantando hasta que la veamos en el horizonte?

Si bien parece un ejemplo irrisorio, hace clara referencia al quid de mi premisa: lamentarse o llorar en circunstancias equivocadas es, lisa y llanamente, estúpido. Ahora bien, lo que estoy diciendo no es muy complejo. No lo es en absoluto. Pero de alguna manera u otra sirve para esquematizar los sentimientos abrumadores que surgen en tales situaciones, y esquematizados son más fáciles de analizar. Y analizados, siempre y cuando hagamos sinapsis, serán superados.