Estalingrado

sábado, 6 de junio de 2009 a la/s 5:34 p. m.

Bastante irónico

Siempre he sentido una fascinación extraña por la Segunda Guerra Mundial. No reconozco su origen exacto, pero sé que me acompaña desde muy chico, cuando hostigaba a mis padres con preguntas sobre ella, y no me perdía ninguno de los tan imparciales documentales del History Channel. Fue, sin dudas, el evento más trascendente que ocurrió en toda la historia de la humanidad, uniendo en amistad y animadversión a casi todas las naciones del mundo, y siendo disputada en 4 de los 5 continentes (África, Asia, Europa y Oceanía).

Europa nunca más sería la misma, una vez cesados los hasta entonces incesantes bombardeos que desfiguraron más del 80% de su superficie. Dos ciudades se volvieron inhabitables por un tiempo producto de la primera utilización de armas atómicas en situación de guerra real, y el pueblo japonés dejaría a los samuraís de lado para reemplazarlos por la coca cola y el jalapeño. El mapa mundial además mutaría enormemente. Desaparecerían y aparecerían muchas nuevas naciones, como fue el caso de Yugoslavia, donde hasta el día de hoy se sienten las disputas y el odio. De Alemania no quedaría prácticamente nada, bombardeos sumados a bombardeos, complementados con el imparable avance del Ejército Rojo de la Unión Soviética y del estadounidense.

Un soldado soviético colocando su bandera en la Cancillería, Berlín, 1945.

La Segunda Guerra Mundial en Europa se disputó a través de dos frentes, el Occidental y el Oriental. La batalla a la que quiero dedicar esta entrada es la Batalla de Stalingrado, un encuentro que no deja de sorprenderme por su crudeza.

La ciudad, o lo que quedaba de ella, al final de la guerra.

Para junio de 1942, tres millones de soldados alemanes y casi otro millón de soldados aliados al Eje se prepararon para lo que sería la campaña ofensiva más grande de la historia. La ciudad, actual Volgogrado, era uno de los blancos principales para Adolf Hitler en el frente Oriental, por su enorme significado para la Rusia Comunista (fue la cuna de la Revolución Rusa) y por su importancia táctica-estratégica. Se puede decir que los 20.000 soldados del eje que llegaron hasta las afueras de la ciudad lo hicieron casi intactos, una ciudad dividida por el Río Volga y plagada de líneas ferroviarias. Hay dos elementos importantes a recordar: que el invierno ruso es frío…muy frío, por lo tanto el río se congelaría, y que Iósif Stalin, líder de la URSS, no proyectaba perder la ciudad cualesquiera fueran las circunstancias. De hecho, éste último prohibió a toda la población civil abandonar la ciudad, alentando el “patriotismo”. Y, ¡mierda!, se la bancaron. La orden 227:

“(…)Ya no se puede tolerar que oficiales, comisarios y funcionarios políticos retiren por su cuenta un buen número de destacamentos de sus posiciones. Ya no se puede tolerar que, presa del pánico, algunos decidan sobre la situación del campo de batalla, arrastrando consigo en la retirada a otros combatientes, abriendo así las puertas a la invasión. Los pusilánimes y los viles han de ser aniquilados inmediatamente. Para cada oficial, soldado y funcionario político, la exigencia de no retroceder sin la orden expresa de sus superiores ha de representar una férrea disciplina.”

Todo aquel combatiente ruso que retrocediera sería considerado un traidor a la patria. Se estiman que murieron aproximadamente 13.000, sólo en Stalingrado (recordar que la orden se aplicó a todo el ejército), soldados de esta manera.

En orden: Stalin, Roosevelt y Churchill

La Wehrmacht, que en ese momento contaba con 20.000 efectivos, la mayoría de otra nacionalidad (rumanos, húngaros e italianos), atenazó la ciudad para el septiembre de 1942. Para ese momento Vassili Chuikov sería nombrado jefe de las tropas rusas, otras 20.000.

Ése mismo día comenzó el primer ataque de los alemanes, que llegaron hasta el centro de la ciudad, pero fueron repelidos por una fuerza de élite rusa, que no obstante perdió el 30% de sus efectivos. Es importante destacar la presencia de los Katiushas: simples camiones cargados con misiles en el chasis, misiles baratos, la pieza de artillería más barata y disponible que tenían los rusos. En el sur de la ciudad los alemanes rodearon un silo de cereales, donde mantuvieron un ataque constante por diez días. Los rusos, con muchas más pelotas que Rambo, Rocky y G.I. Joe juntos pelearon hasta que se quedaron sin comida; agua; municiones y armas, y tuvieron que salir a las trompadas, siendo masacrados.

Las batallas se perpetuaron por varios meses. Las guerras fueron, son y serán siempre iguales, es mi opinión. En este momento se estaba dando algo que le ocurre a los propios norteamericanos en Medio Oriente: sus tropas no están preparadas para la guerrilla. ¿Qué significa eso? Qué si bien cuentan con grandes escuadrones, armados hasta los dientes y con un entrenamiento extensivo, no están preparados para el combate callejero, que es el peor de todos.

La batalla casa por casa, calle por calle, fue denominada Rattenkrieg ("Guerra de Ratas") por los Nazis.

Esto se puede volver muy largo y engorroso para alguien que no comparte la curiosidad hacia el tema. Para mí, el ser humano demuestra todo su potencial en situaciones extremas, y esta lo fue. La valentía y obstinación que demostraron ambos bandos fue extraordinaria y real. Las tropas alemanas, ya al final del conflicto, fueron rodeadas por los rusos y sin apoyo aéreo se vieron obligados a morir. Y aunque sabían que la muerte les era inminente, siguieron peleando (cualesquiera hayan sido sus órdenes) y mantuvieron un promedio de una baja por cada cuatro Soviéticas. Un infierno, real.

No hay nada más acertado para describir lo sucedido durante esos casi dos años que un testimonio. Cuando el aeródromo alemán de Estalingrado, conocido como "Stalingradjki” quedó al alcance de las armas ligeras soviéticas, se tuvo la certeza de que cualquier despegue podría ser el último. La batalla estaba perdida y eso se plasmaba en lo escrito por miles de soldados teutones. Encontré en el ciberespacio varias de esas cartas. A continuación, algunas de ellas:


Primera Carta:
…Mi vida no ha cambiado en nada; es ahora como hace diez años, bendito por las estrellas, maldito por los hombres. No tuve amigos, y tú sabes por qué no querían saber nada de mí. Era feliz cuando podía sentarme al telescopio y mirar al cielo y al mundo de las estrellas, feliz como un niño al que le permiten jugar con los astros.
... Fuiste mi mejor amiga, Mónica. Sí, lees bien, fuiste. El momento es demasiado serio como para bromas. Esta carta tardará en llegarte dos semanas. Por entonces ya habrás leído en los periódicos lo que ha tenido lugar aquí. No pienses mucho en ello, porque en realidad todo habrá terminado de forma diferente; deja que los demás se preocupen de la "película de los hechos”. Qué son ellos para ti o para mí? Siempre pensaba en años luz, pero sentía en segundos. Además, aquí tengo mucho trabajo con el tiempo. Somos cuatro, y si las cosas continúan como hasta ahora podemos darnos por contentos.

Lo que hacemos es muy sencillo. Nuestra tarea consiste en medir las temperaturas y la humedad, informar sobre la visibilidad y los bancos de nubes.
Si algún burócrata leyera lo que aquí escribo obtendría una flagrante violación de la seguridad militar. Mónica, ¿qué es nuestra vida comparada con los muchos millones de años del cielo estrellado?. En esta hermosa noche, Andrómeda y Pegaso están justo sobre mi cabeza. Las
he mirado mucho tiempo; pronto estaré muy cerca de ellas. Mi paz y mi felicidad se las debo a las estrellas, de las cuales tú eres la más bella para mí. Las estrellas son eternas, pero la vida de un hombre es como una mota de polvo en el universo.

A mí alrededor todo se derrumba, un ejército entero muere, el día y la noche arden...y cuatro hombres se atarean con informes diarios sobre temperaturas y bancos de nubes. No sé mucho sobre la guerra. Ningún ser humano ha muerto por mi mano. Nunca he disparado munición real con mi pistola. Pero sé muy bien una cosa: la otra parte nunca ha mostrado ni una pizca de comprensión por sus hombres. Me habría gustado contar estrellas unas cuantas décadas más, pero ahora nada parece ir en ese sentido.

Segunda Carta:
Hoy hablé con Hermann. Está al sur del frente. A unos cientos de metros de mí. No queda mucho de su regimiento. Pero el hijo de B. el panadero todavía está con él. Hermann aún tenía la carta en la que nos contabas la muerte de papá y mamá. Le hablé una vez más, por ser el hermano mayor, e intenté consolarle, aunque yo también estoy al límite. Es bueno que papá y mamá no sepan que Hermann y yo nunca volveremos a casa. Es muy duro el que tengas que cargar con el peso de cuatro personas muertas a lo largo de toda tu vida.

...Yo quería ser teólogo, papá quería tener una casa, y Hermann quería construir fuentes. Nada ha salido como debiera. Tú sabes cómo está la cosa en casa, y nosotros sabemos demasiado bien lo que pasa aquí. No, la verdad es que esas cosas que planeamos no han salido como imaginábamos. Nuestros padres están enterrados bajo las ruinas de su casa, y nosotros, aunque suene irónico, estamos enterrados con unos cientos o más de hombres en una trinchera en la parte sur de la bolsa. Pronto, estas trincheras estarán llenas de nieve.


Tercera Carta:
El Fuhrer nos hizo la firme promesa de sacarnos de aquí; nos lo leyó y creímos en ello firmemente. Incluso ahora aún lo creo, porque he de creer en algo. Si no es cierto ¿en qué otra cosa podría creer? Dentro de poco no tendré necesidad de primavera, verano o de algo agradable. Por lo que, abandóname a mi destino, querida Greta; toda mi vida, al menos ocho años de ella, creí en el Fuhrer y su palabra. Es terrible como dudan aquí, y vergonzoso escuchar lo que dicen sin poder responder, porque los hechos están de su parte.

En enero cumplirás veintiocho. Eso es ser aún muy joven para una mujer guapa, y me gustaría poderte decir este cumplido una y otra vez. Me echarás mucho de menos, pero incluso así, no te aísles. Deja pasar unos meses, pero no más. Gertrud y Claus necesitan un padre. No olvides que debes vivir para los niños y no les hables demasiado de su padre.
Los niños olvidan pronto, especialmente a esa edad. Fíjate bien en el hombre que elijas, toma nota de sus ojos y de la presión de su apretón de manos, como fue nuestro caso, y no te equivocarás. Pero sobre todo, anima a los niños a ser personas rectas que puedan llevar la cabeza bien alta y mirar a todo el mundo directamente a los ojos. Te escribo estas líneas apenado. No me creerías si te dijera que ha sido fácil, pero no te preocupes. No me asusta lo que se avecina. Repítete a ti misma y a los niños cuando sean mayores que su padre nunca fue un cobarde, y que ellos nunca deben serlo.


Cuarta Carta:
… El martes destruí dos T-34 (tanques soviéticos)... después pasé junto a los restos humeantes. De la torreta colgaba un cuerpo, cabeza abajo, sus pies atrapados y sus piernas ardiendo hasta las rodillas. El cuerpo estaba vivo, la boca gesticulaba. Debía de sufrir un dolor horrible. Y no había posibilidad de liberarle. Incluso si la hubiera habido, habría muerto tras unas pocas horas de tortura. Le disparé, y cuando lo hice, las lágrimas corrieron por mis mejillas. Ahora llevo llorando tres noches por un tanquista ruso muerto, de quien soy su asesino. Los "cruces" de Gumrak* me dan asco, y también muchas cosas ante las que mis camaradas cierran los ojos y aprietan los dientes. Me temo que nunca volveré a dormir tranquilo en el caso de que vuelva con vosotros. Mi vida es una terrible contradicción, una monstruosidad psicológica.

Quinta Carta:
Tenía que haber muerto en tres ocasiones, pero habría sido repentinamente, sin estar preparado para ello. Ahora es diferente. Desde esta mañana sé como están las cosas; y ya que me siento liberado, quiero que tú también te liberes de la aprensión y la incertidumbre.

Me quede atónito cuando vi el mapa. Estamos totalmente solos, sin ayuda del exterior.
Hitler nos ha dejado en la estacada. Si el aeródromo continúa en nuestro poder, puede
que esta carta aún salga. Nuestra posición está al norte de la ciudad. Los hombres de mi batería sospechan algo, pero no lo saben tan seguro como yo. Así que esto parece el final.

Hannes y yo no nos rendiremos; ayer, después de que nuestra infantería retomara una posición, vi cuatro hombres que habían sido hechos prisioneros por los rusos. No, no caeremos en cautividad. Cuando Estalingrado haya caído, sabrás que no volveré.

Eres la mujer de un oficial alemán, por lo que te tomarás lo que he de decirte con serenidad y firmeza, igual que en el andén de la estación el día en que partí para el Este. No soy escritor, y mis cartas nunca han sido más largas de una página. Hoy habría mucho que decir, pero me lo reservo para más tarde, p.e., seis semanas si todo marcha bien y cien años si no. Has de contar con esta última posibilidad. Si todo va bien, tendremos mucho tiempo para hablar, y en ese caso ¿por qué he de escribirte tanto, ahora que me resulta tan difícil? De todas formas, si las cosas se tuercen, esas palabras no te harían mucho bien.


Sexta Carta:
Sabes lo que siento por ti, Augusta. Nunca hemos hablado mucho de sentimientos. Te amo muchísimo y tú me amas, por lo que has de saber la verdad. Está en esta carta. La verdad
es que esta es la más horrenda de las luchas en una situación desesperada. Miseria, hambre, frío, renuncia, duda, desesperación y una muerte horrible. No te diré más. Tampoco te hablé de ello en mi despedida y no hay nada más sobre esto en mis cartas. Cuando estábamos juntos (y también me refiero a mis cartas) éramos marido y mujer, y la desagradable guerra, de cualquier modo necesaria, era una fea compañía de nuestras vidas. Pero la verdad es la certeza de que lo que he escrito más arriba no es una queja ni un lamento sino una relación objetiva de los hechos.

No puedo renunciar a mi parte de culpa en todo esto. Pero es en una proporción de 1 a 70 millones. La proporción es pequeña, pero está ahí.
Nunca pensaría en evadir mi responsabilidad, me digo a mi mismo que entregando mi vida he pagado mi deuda. Las cuestiones de honor no admiten discusión...

Augusta, en la hora en que has de ser fuerte, también has de hacer esto: Ni te enfades ni sufras demasiado por mi ausencia. No estoy asustado, únicamente triste por no poder sacar mayor provecho de mi valor que morir por esta causa inútil, por no decir criminal. Ya conoces el lema familiar de los Von H's: "Culpa reconocida, culpa expiada". No me olvides demasiado deprisa.


Séptima Carta:
En Estalingrado, cuestionarse a Dios significa renunciar a Él. Querido padre, debo decírselo, y estoy doblemente arrepentido por ello. Usted me sacó adelante, no tuve madre, y siempre mantuvo a Dios ante mis ojos y mi corazón. Y yo reitero doblemente mis palabras, pues van a ser las últimas. Después de ellas no voy a poder pronunciar otras que puedan remediarlas o disculparlas. Usted es sacerdote, padre. En la última carta que uno escribe, únicamente dice la verdad o lo que cree que es la verdad. He buscado a Dios en cada cráter de obús, en cada casa destruida, en cada esquina, entre mis camaradas cuando estoy en mi trinchera, y en el cielo. Dios no se mostró cuando mi corazón le gritaba. Las casas fueron destruidas. Mis camaradas fueron tan valientes o cobardes como yo. La ira y el asesinato estaban en la tierra. Bombas y fuego caían del cielo. Pero Dios no estaba ahí. No, padre, Dios no existe. Se lo escribo otra vez, y sé que es terrible, y que no puedo remediarlo. Y si después de todo hubiera un Dios, sólo estaría con usted, en los libros de himnos y oraciones, en los consejos piadosos de sacerdotes y pastores, en el tañir de las campanas y en el olor a incienso. Pero no en Estalingrado.

* Cuartel General Alemán.




Stalingrado.




Para el final de la batalla los números fueron estos:

  • 800.000 muertos y heridos Alemanes
  • 91.000 a 110.000 prisioneros de guerra Alemanes
  • Más de 1.000.000 de civiles de Stalingrado muertos
  • 478.741 muertos y desparecidos Rusos
  • 650.878 heridos Rusos
  • Una aún más grande cifra de muertos no reconocidos, para ambos bandos.
  • Casi 20.000 muertos por sus compatriotas rusos.
  • La ciudad, completamente destruida.
  • Durante la totalidad de la Gran Guerra Patriótica, como llamaron los rusos a la II GM, murieron un total de 27.000.000 de Soviéticos, civiles y militares. Todo esto entre los años 1941 y 1945. Recordar que si bien la guerra empezó en 1939, Alemania invadió la URSS dos años después.



2 Opiniones

  1. MorganLeo Says:

    En mi opinion: las guerras las hacen los mayores y poderosos, pero ni las pagan, ni las sufren en carne propia, por lo general salen impunes. Las pagan los jovenes y mas pobres por ellos. Con tu posteo, me acorde de un libro (La hora 25) que mas tarde se convirtio en pelicula, con Anthony Quinn como protagonista (La vingt-cinquième heure 1967), de una pelicula (Enemy at the Gates 2001) y de otra llamada I girasoli, que por estos lados conocimos como "Los girasoles de Rusia". Creo haberlas visto en esos blogs que comparten peliculas en diversos formatos. De las tres tengo buenos recuerdos y las sugiero. Son, en mi opinion, una muy pequeña muestra, de las miserias de la guerra.
    De paso: Rusia aporto casi la mitad de las muertes ocurridas en la WWII.
    Un abrazo

  2. Que terrible palabra "aportó", pero es la verdad. De hecho hasta el año 91 estaba terminantemente prohibido hacer cálculos sobre las bajas durante esta batalla por miedo a que la gente llegue a pensar que el sacrificio humano "había superado la remuneración nacional".